por Diego Braude jbraude@ciudad.com.ar
Un hombre. Dos hombres. Los hombres. Presentes. Ausentes. En escena.
Un espacio. Dos espacios. Los espacios.
Una mujer. Dos mujeres. Las mujeres. Jóvenes, con la historia hacia delante. Ya entradas en años, con la historia en forma de pasado.
Un relato. Varios. El mismo. Distinto.
Dos amigas. Un secreto compartido. Sospechas de una hacia la otra, alimentadas por el deseo por un mismo varón. Que la otra se lo robó, que ahora está embarazada. Que lo quiero. Que lo quiere. Que no te conviene. Que ella es una fácil.
Sueños. De amor. De éxito. De ser otra.
Las jóvenes, con cuerpos distintos. Una blanca y larga, quiere ser cantante, irse a la ciudad. La otra, morocha, más pequeña, está con su madre, la costurera del pueblo, pero también la que se ocupa de los abortos, la que “ayuda”. Está sola, salvo por su hija y su hermana, que periódicamente la visita. La hermana es más alta, rubia, posee una sexualidad que Petrona niega para sí misma y para su hija. En su deseo de protegerse y protegerla del dolor que provoca el abandono de los hombres, se ha inmolado a ella misma; sólo existe para trabajar, cocinar y educar a su manera a su hija. Es que la sangre de las otras mujeres es metonímicamente otra sangre ligada a su propio pasado, un pasado que la liga a Felisa no sólo como hermana. Rita y Bertina reproducen en el presente de forma similar esa historia, pero así como son de parecidas son de distintas. Pero la sangre es también lo que parece unir a todas estas mujeres, como un hilo que las reune más allá de sus diferencias.
Como el barquero le explica a Siddharta en el libro de Hesse, por más que Petrona insista, no puede evitar que su hija viva. Vivir es energía, es el impulso para volar, pero también aquel del porrazo contra el piso. Para estas mujeres, más aun en un mundo donde manda lo masculino. Y el conflicto central de “El Fruto” no es si Bertina está embarazada de aquel o aquel hombre, si traicionó a Rita o si esta se quedará con su enamorado. Ni siquiera es sobre el camino transitado por Petrona y Felisa.
El tiempo del relato de “El Fruto” es el de la retención. Es como el elástico de una gomera, que se tensa. Como todo elástico, busca que se lo suelte.
Momentos que se suman a momentos. Cuadros sobre cuadros. Algunos pequeños, otros más “grandes”. Instancias atravesadas por códigos, donde las palabras dicen tanto como ocultan y los silencios expresan tanto como callan.
Petrona y Felisa, dos caras de la misma moneda. Resistir. Vivir. Pero Petrona permanece en la supervivencia. Dos maneras de mirar el mismo mundo. Felisa camina erguida y segura, Petrona encogida y encorvada (como protegiéndose permanentemente de algún golpe por venir) - aunque cada tanto levanta desafiante la cabeza, porque a ella nadie le quiebra la espalda -. Eventualmente, de todas maneras, el elástico de la gomera se suelta…
Un llanto suave. Y entonces, silencio, segundos que pasan, el momento, y dos cuerpos se encuentran, la caricia finalmente llega, el entendimiento sin la necesidad de palabras que lo explican, la resistencia toma la forma de “la vida sigue, uno se levanta”.
Diego Braude -
Un espacio. Dos espacios. Los espacios.
Una mujer. Dos mujeres. Las mujeres. Jóvenes, con la historia hacia delante. Ya entradas en años, con la historia en forma de pasado.
Un relato. Varios. El mismo. Distinto.
Dos amigas. Un secreto compartido. Sospechas de una hacia la otra, alimentadas por el deseo por un mismo varón. Que la otra se lo robó, que ahora está embarazada. Que lo quiero. Que lo quiere. Que no te conviene. Que ella es una fácil.
Sueños. De amor. De éxito. De ser otra.
Las jóvenes, con cuerpos distintos. Una blanca y larga, quiere ser cantante, irse a la ciudad. La otra, morocha, más pequeña, está con su madre, la costurera del pueblo, pero también la que se ocupa de los abortos, la que “ayuda”. Está sola, salvo por su hija y su hermana, que periódicamente la visita. La hermana es más alta, rubia, posee una sexualidad que Petrona niega para sí misma y para su hija. En su deseo de protegerse y protegerla del dolor que provoca el abandono de los hombres, se ha inmolado a ella misma; sólo existe para trabajar, cocinar y educar a su manera a su hija. Es que la sangre de las otras mujeres es metonímicamente otra sangre ligada a su propio pasado, un pasado que la liga a Felisa no sólo como hermana. Rita y Bertina reproducen en el presente de forma similar esa historia, pero así como son de parecidas son de distintas. Pero la sangre es también lo que parece unir a todas estas mujeres, como un hilo que las reune más allá de sus diferencias.
Como el barquero le explica a Siddharta en el libro de Hesse, por más que Petrona insista, no puede evitar que su hija viva. Vivir es energía, es el impulso para volar, pero también aquel del porrazo contra el piso. Para estas mujeres, más aun en un mundo donde manda lo masculino. Y el conflicto central de “El Fruto” no es si Bertina está embarazada de aquel o aquel hombre, si traicionó a Rita o si esta se quedará con su enamorado. Ni siquiera es sobre el camino transitado por Petrona y Felisa.
El tiempo del relato de “El Fruto” es el de la retención. Es como el elástico de una gomera, que se tensa. Como todo elástico, busca que se lo suelte.
Momentos que se suman a momentos. Cuadros sobre cuadros. Algunos pequeños, otros más “grandes”. Instancias atravesadas por códigos, donde las palabras dicen tanto como ocultan y los silencios expresan tanto como callan.
Petrona y Felisa, dos caras de la misma moneda. Resistir. Vivir. Pero Petrona permanece en la supervivencia. Dos maneras de mirar el mismo mundo. Felisa camina erguida y segura, Petrona encogida y encorvada (como protegiéndose permanentemente de algún golpe por venir) - aunque cada tanto levanta desafiante la cabeza, porque a ella nadie le quiebra la espalda -. Eventualmente, de todas maneras, el elástico de la gomera se suelta…
Un llanto suave. Y entonces, silencio, segundos que pasan, el momento, y dos cuerpos se encuentran, la caricia finalmente llega, el entendimiento sin la necesidad de palabras que lo explican, la resistencia toma la forma de “la vida sigue, uno se levanta”.
Diego Braude -